Alexandra era quizá una de las niñas más lindas de toda la escuela y siempre le gustaba
compartir con todos sus amigos mientras les sacaba una gran sonrisa. Ella
siempre era alegre, amable, cariñosa y muy tolerante con todos los que la
rodeaban ya que le encantaba estar tranquila y ver como otros eran tan felices
como ella.
Un día a la escuela llegó un niño muy
diferente a todos los demás, él no podía escuchar ni hablar porque sufría
desde muy niño un problema de salud que le impedía hacer estas funciones
comunes. Todos los niños de la escuela empezaron a sentir lastima por el chico
y no soportaban que fuera diferente, lo excluían de los juegos e incluso
era objeto de burlas de algunos.
Alexandra no soportaba ver la cara
triste del niño y sin importar lo que le dijeran sus amigos, ella nunca lo
dejaba solo y procuraba hacer cosas divertidas con él para que no se sintiera
triste. Ambos empezaron a crear una amistad muy especial y con el paso de los
días, Alexandra empezó a entender perfectamente las señas de su amigo. Cada
vez la comunicación era mejor y todos se quedan admirados al ver cómo se
divertían sin importar las condiciones.
Un día los papás del niño decidieron
irse de la ciudad y Alexandra se tuvo que separar de su amigo. La despedida fue
muy triste para ambos pero prometieron que algún día volverían a verse.
La promesa nunca se olvidó y pasaron
muchos años sin que los dos se pudieran ver. Alexandra ya era una joven hermosa
y con el mismo carisma; un día mientras caminaba vio a lo lejos a alguien que
le recordó mucho a su amigo; ella de inmediato recordó la promesa y corrió para
abrazarlo y recordarle que nunca lo había olvidado.
Él se puso muy contento y le
agradeció por haberlo hecho feliz tanto tiempo sin importar la distancia. Con
ella conoció la verdadera amistad y por encima de su discapacidad pudo ser
feliz al compartir a su lado.